Autor:
Bernat
Independientemente de lo que diga el DRAE, ese concepto expresa para muchos un estado ideal que es atribuido exclusivamente a Dios, a quien se le adjudican todas las virtudes que el hombre desearía para sí, pero en el grado máximo.
Dios es el desiderata humano por excelencia. El hombre, en su pequeñez, se imagina cómo sería un ser que tuviera todas aquellas propiedades que, elevadas a la máxima potencia, permitirían satisfacer todas las necesidades humanas. Así, la omnipotencia, la omnisciencia, la atemporalidad, la omnipresencia, etc, le permitirían saberlo todo, poderlo todo, ser inmortal... No obstante, hay que preguntar de qué sirve tener el poder infinito sin materia. En la vida real, hay un montón de necesidades que satisfacer puesto que la materia orgánica de la que estamos formados, a través de la evolución de las especies, ha desarrollado unos instintos como “motores” que nos impulsan a actuar. Es la zanahoria atada a un palo colgando delante de un burro. Por lo tanto, no podemos imaginar tener hambre o sed sin un cuerpo orgánico que necesita la energía de los alimentos para sobrevivir. Por la misma razón, ni el sexo ni el amor pueden imaginarse sin la materia orgánica como productos necesarios para la reproducción. La curiosidad, también necesaria para la evolución, tampoco se puede entender sin la existencia de un mundo material cuyo campo de investigación es infinito. Fuera de la materia, no tiene sentido indagar, analizar, experimentar, si no hay materia como objeto de estudio.
En consecuencia, la felicidad sólo puede tener sentido dentro del mundo material, puesto que la definimos como la satisfacción plena de todos nuestros deseos que, como hemos visto, sólo son posibles en un mundo material y como producto de la evolución de las especies.
De todo ello, podemos inferir que la perfección implica, o bien no tener necesidades, o bien tener todas las necesidades satisfechas. Si no se tienen necesidades, no se tienen deseos; si no se tienen deseos, no se pueden satisfacer, por lo que tampoco se puede ser feliz. Por lo tanto, para ser feliz, se necesita, previamente, tener el deseo de felicidad.
Si la perfección consiste en tener todas las necesidades satisfechas, eso implica un "antes" y un "después". Un "antes" en el que hay necesidades; y un "después" en el que ya están satisfechas. En consecuencia, el atributo de perfección entra en un bucle de contradicciones irresolubles al coexistir los dos contrarios simultáneamente, como es el tener deseos y la satisfacción de los mismos incurriendo en una paradoja como sería el hecho de que ser eternamente feliz consistiría en una constante aparición de deseos y sus correspondientes satisfacciones, alternándose la imperfección y la perfección de forma continuada "in aeternum"
La razón de ese galimatías es el hecho de que el hombre ha creado el concepto de "perfección" no en base a una posibilidad real de existencia de dicho concepto, sino en base a la máxima felicidad que el mismo hombre puede imaginar. Es, en realidad, un antropomorfismo aplicado a un ser ideal del que ni siquiera puede considerarse como utópico –puesto que no puede ser siquiera factible- sino como entelequia.
La felicidad, por tanto, sólo puede tener sentido en un mundo material. Y la perfección, como la atribución de las máximas cualidades que pueden llevar a la felicidad, no tiene sentido en un ser inmaterial.