Autor:
Bernat
Si Dios es inmensamente feliz, y el ser humano no sólo no es feliz, sino que puede ser inmensamente infeliz; y teniendo en cuenta que el hombre no eligió existir, me pregunto qué méritos hizo Dios para ser inmensamente feliz, y qué deméritos hizo el hombre para merecer la condición de hombre si antes de existir no pudo hacer nada malo.
Es decir, el ser humano es obligado a existir como ser humano y en las condiciones que le han sido impuestas. Todas esas condiciones son negativas puesto que fácilmente puede tener una vida de sufrimiento tal como demuestra la experiencia. Además, según la propia teología bíblica, el hombre se expone a sufrir eternamente. ¿Quién sería el imbécil que elegiría la posibilidad de sufrir en la Tierra y, al final condenarse eternamente, pudiendo elegir la inexistencia? En consecuencia, está claro que el ser humano ha sido obligado a existir en contra de su voluntad y, además, con una existencia llena de sufrimiento. Vuelvo a repetir, entonces: ¿Qué ha hecho Dios para ser Dios, y qué ha hecho el hombre para merecer la condición de hombre?
Está claro que la situación de Dios es infinitamente más privilegiada que la del hombre, el cual nunca eligió existir, y en unas condiciones que podríamos llamar infrahumanas.
En ese caso, no vale esgrimir el absurdo pecado original, ni siquiera la burda excusa del libre albedrío, puesto que tanto uno como otro se dan después de la existencia, no antes, por lo que venir al mundo como ser humano y pagar por un pecado que no cometió, y que se le dé un libre albedrío que puede causar tanto mal, y por el que puede ser condenado, nada de eso lo pudo elegir el hombre sino que fue obligado a existir ya condenado desde el nacimiento y obligado a tener una capacidad como el libre albedrío –que no existe, ni falta que hace- que le pone en peligro de condenarse eternamente.
Ahora, esperemos impacientemente a los teólogos de turno para ver cómo resuelven esa paradoja.