Autor:
Bernat
De repente, allá por los primeros años del siglo I, se presenta ante la sociedad judía un individuo llamado Pablo de Tarso, quien afirma que en el camino de Damasco se cayó del caballo por culpa de una visión. "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" Esa fue la frase que según el visionario oyó. Se trataba de un tal Jesús que había sido crucificado por los romanos por sedición o rebelión.
Ese mismo Pablo empezó a predicar todo lo que se le había informado en la visión: que ese Jesús era hijo de Dios y que había venido al mundo para salvar a la humanidad y bla, bla, bla. Ahí empezó todo. Años más tarde surgieron los primeros escritos llamados evangelios que supuestamente contaban "la auténtica verdad de Dios".
El cristianismo empezó a funcionar. Los primeros líderes cristianos se organizaron jerárquicamente y dieron forma paulatinamente a dicha religión tomando una fuerza que ni el mismo Pablo habría imaginado. Tanto fue así, que el emperador Constantino la adoptó como religión oficial del Imperio. Estamos en el año trescientos y pocos, principios del siglo IV.
Cierto día, a la madre de Constantino, que era muy devota, se le ocurrió la brillante idea de ir a Tierra Santa a buscar las famosas reliquias que hoy todavía están esparcidas por gran cantidad de iglesias católicas, sobre todo, italianas.