Autor:
Bernat
Se acerca la semana santa. Los cofrades, los penitentes y otros más, se preparan para "sufrir para Dios". Encadenados, andando descalzos, de rodillas con los brazos en cruz, con
cilicios y otras extrañas formas de sufrir y "ofrecer" ese mismo sufrimiento a un supuesto Dios que goza de ver tanta mortificación en su nombre.
La razón de tanta irracionalidad, valga el oxímoron, podría estar en ese esperpéntico silogismo: como Jesús sufrió por nosotros, nosotros sufrimos por él.
No vamos a hablar de la falsedad de ese supuesto sacrificio divino que, para más INRI, no salvó a nadie, sino de que aún, si fuera cierto, no tiene ningún sentido ofrecer un sufrimiento a una divinidad. El acto de ofrecer algo a alguien constituye en un contexto normal un acto de amor, reconocimiento, simpatía o amistad, por lo que dichas acciones son bien recibidas por el destinatario. Pueden ser regalos materiales, detalles simpáticos, honores y alabanzas, actos simbólicos que reflejan el cariño y respeto hacia una persona. Pero, ¿ofrecer sufrimiento? ¿Qué tipo de mente perversa puede regodearse con el sufrimiento ajeno?