Por
Michael Aus
Durante la mayor parte de mi vida como ministro protestante liberal no percibí una contradicción entre mi fe cristiana y la realidad de la
evolución biológica. Como muchos otros cristianos progresistas, no veía a la evolución como un desafío a la doctrina de la creación divina a partir de la nada; la evolución era simplemente el mecanismo que Dios había usado para crear la vida en nuestro planeta. Exceptuando una descripción superficial en un curso de biología de pregrado, la evolución nunca jugó un papel relevante en mi visión del mundo. La evolución era interesante, pero tangencial. La evolución nunca fue mencionada durante mis cuatro años de formación en el seminario. Eludimos el tema y nos concentramos en la teología. Después de todo, incluso el Papa conservador Juan Pablo II había reconocido la realidad de la evolución en una encíclica emitida en 1996.