Los cristianos se sienten muy cómodos adorando a su "justo" y "bondadoso" dios de cabecera. No se dan cuenta de que, si ese dios existiera, sería un monstruo mucho más abominable que Hitler.
Para visualizar fácilmente lo anterior, se puede hacer una analogía entre el dios cristiano -tal como lo concibe buena parte de sus fieles, pastores y sacerdotes- y un ser humano, imaginando a un científico del futuro que crea un ecosistema de pequeños seres vivos sensibles en su laboratorio. Estos seres se reproducen rápidamente, así que el científico puede observar cómo evolucionan y cómo surgen especies diferentes de las originales.
El diseño del científico implica que los animalitos están obligados a devorarse unos a otros para sobrevivir, lo que acarrea un sufrimiento espantoso de aquellos que son desmembrados y devorados vivos.
Para hacer el experimento más interesante, partes del hábitat de estas criaturas son ocasionalmente atacadas con frío extremo (eras glaciales), esferas de acero disparadas con un cañón de aire comprimido (asteroides gigantes), inundaciones, gases venenosos (súpervolcanes), etc. Estas modificaciones del entorno son necesarias para redirigir el curso evolutivo, porque el científico tiene un objetivo de largo plazo más ambicioso.