Autor:
Bernat
El castigo es una pena que se impone a quien ha cometido una infracción o delito. En la actualidad, los sistemas jurídicos y penales modernos y democráticos actúan como un mecanismo disuasorio al amenazar al posible delincuente o infractor de las leyes con la cárcel o pagos pecuniarios, más conocidos como multas. No obstante, durante prácticamente toda la historia de la humanidad, el castigo ha consistido en la aplicación de tormentos, torturas, vejaciones, humillaciones y otras acciones denigrantes que no buscaban solo la disuasión, sino que satisfacían, en cierta manera, la morbosidad y el placer que muchos hallaban en la contemplación del sufrimiento ajeno. Esa circunstancia era apoyada por la absurda idea de que a los dioses les gustaba que se le ofrecieran sacrificios y, en el caso del cristianismo, se llegó al punto máximo de creer que “el hijo de Dios” se sacrificó él mismo para “salvar a la humanidad”.
Hoy en día, afortunadamente, hemos erradicado –al menos en Occidente- todo tipo de sufrimiento físico como castigo limitándonos al encarcelamiento y las multas. Dicha circunstancia obedece a un cambio de mentalidad que ha sido posible gracias a la emancipación del hombre moderno respecto de las cadenas alienantes de la religión que impedían el avance social, democrático y científico y que ha desembocado en la recuperación de la dignidad humana que fue pisoteada por las instituciones cristianas durante siglos.