Autor: Bernat
Si repasamos la historia de las religiones podemos observar un hecho común en todos los creyentes que llama la atención. Me refiero al hecho de que el humano que cree en espíritus o en dioses se siente inferior a todos ellos, traduciendo dicha inferioridad en una sumisión autoimpuesta. ¿Pero, por qué la creencia en seres superiores tiene que implicar necesariamente una postura que rebaja la dignidad humana? La razón la hallamos en el miedo y en la ignorancia inherente en el hombre antiguo y, también en parte, posiblemente, en el instinto de conservación.
Desde tiempos ancestrales, la aparición de líderes -como reguladores de la disciplina en la tribu- iba acompañada de esa misma sumisión. No obstante, el acatamiento a la autoridad venía dada por la necesidad de la sociedad de organizarse alrededor de un director de la misma en evitación de un caos. Poco a poco, los líderes tuvieron que hacerse con un brazo ejecutor: los ejércitos, la policía o los guardaespaldas, quienes llevaban a cabo la voluntad de la autoridad de turno ejecutando ciegamente los castigos a los que era sometido el pueblo en caso de desobediencia. Con el paso del tiempo, la necesidad de obedecer –por parte del brazo ejecutor- sobrepasó los límites de lo racional pasando a ser una máquina ciega e inexorable que satisfacía los caprichos de las autoridades independientemente de la pertinencia de las órdenes, con lo que el pueblo pasó a ser sometido por la fuerza y no tanto por una necesidad de disciplina.
En el proceso de antropomorfización, el hombre primitivo atribuyó a los dioses las mismas características de los hombres poderosos convertidos en sus líderes, de tal manera que si en las relaciones de poder entre humanos el inferior se sometía al más poderoso por miedo a las represalias, así, también, lo entendía en su relación con los poderes del cielo. El hombre se sometía por miedo –no fuera cosa que les partiera un rayo- y la sumisión se convirtió en un mecanismo psicológico que aplacaba las iras de los poderes celestes. Dicho mecanismo –interiorizado durante milenios- quedaría arraigado en lo más profundo del hombre antiguo pasando a ser –en palabras de Richard Dawkins- un verdadero "meme".